El lenguaje que utilizamos para referirnos a los olores es un lenguaje evocativo: nos recuerda emociones que un determinado olor ha provocado en nosotros.
Vas a una tienda y compras una prenda de ropa. Al salir hablas por teléfono con una amiga y le cuentas qué has adquirido para ese evento importante que tienes en un par de semanas. Tu amiga, con la descripción que le proporcionas, se hace una idea perfecta en mente, incluso te sugiere con qué complementos puedes combinar la prenda para que el outfit sea espectacular.
¿Qué le explicarías a tu amiga si en lugar de la prenda tuvieras que describir el perfume que acabas de comprar? ¿Te has parado a pensarlo?
Disponemos de un amplio vocabulario para comunicar nuestras percepciones visuales, auditivas, táctiles o gustativas, pero con el olor la cosa cambia. ¡No hay palabras para verbalizar un aroma! De hecho, cuando queremos describirlo nos vemos obligados a expresarnos con las sensaciones subjetivas que experimentamos al olerlo.
«Huele como mi escuela, a niño recién nacido, a ropa recién lavada, a zapatos nuevos, a tierra mojada, a libro antiguo, a costa, a bizcocho recién sacado del horno».
Y es que, los olores no tienen propiedades que puedan medirse o clasificarse fácilmente: un olor no es alto o bajo, grave o agudo, cálido o frío. Los olores tienen, en cambio, una estrecha relación con aspectos subjetivos y emocionales.
Así, se puede decir que el lenguaje que utilizamos para referirnos a los olores no es un lenguaje objetivo que asigna, mide o clasifica, sino que, por el contrario, es un lenguaje evocativo, es decir: nos suele recordar emociones que un determinado olor ha provocado en nosotros.
La magdalena de Proust
¿Por qué esa conexión entre un aroma y las emociones? Hay una razón fisiológica fundamental: el olfato es el único de los sentidos que cuenta con una conexión directa con el sistema límbico, lo que llamamos cerebro emocional y además no tiene ningún filtro –por eso, es también el más irracional de todos–.
Si hay una referencia histórica en la relación entre olfato y las emociones es la de Marcel Proust. Para él, el olor de una magdalena mojada en té desencadenaba en el recuerdo a su infancia en casa de su tía. De ahí el origen del recuerdo proustiano, que describe cómo un estímulo puede provocar el revivir intensamente un momento del pasado.
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Aunque somos conscientes de las limitaciones de nuestro lenguaje para describir un aroma, queremos que conozcas su importancia y disfrutes de la experiencia de aprender y conocer de primera mano todos los secretos del universo olfativo.
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